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La oposición al franquismo, desde la victoria de éste, en 1939, fue escasa en cantidad, pero muy variada en calidad, desde el comunismo a los sectores más fascistas o pronazis.
Durante la guerra mundial, cuando la derrota del Eje apareció clara, la irreflexiva convicción de que los Aliados iban a derrocar al franquismo empujó a algunos sectores desgajados del propio régimen a volverse de pronto demócratas; se agruparon generalmente en torno al aspirante al trono, Don Juan, y andaban deseosos de conseguir el poder para ellos, aupados por los tanques useños e ingleses.
Su increíble falta de análisis y realismo político se manifestó en tres grandes errores de concepción:
a) subestimaron la decisión de Franco y de la mayor parte del régimen de no rendirse;
b) pensaron volver a una situación parecida a la de la república, con ayuda de los socialistas de Prieto, cuando el PSOE había sido el principal causante de la guerra, de la que no había aprendido nada, y Prieto, uno de los principales responsables; y
c) no tenían en cuenta para nada la probabilidad de encender una nueva guerra civil (esto fue lo que disuadió de intervenir a anglosajones y franceses, algo más inteligentes que aquellos demócratas españoles de ocasión: en una Europa arruinada, un chispazo revolucionario podía destruir la reconstrucción democrática de la parte occidental, reconstrucción posible solo desde la presión u ocupación militar).
Cuando triunfó la estrategia de Franco de resistir y esperar a que la alianza entre la URSS y las democracias se viniera abajo, aquellas intrigas se vinieron igualmente abajo, quedando dentro de España la única oposición operativa de los comunistas, agentes entusiastas de la democracia staliniana.
Ya he explicado algo que muchos se han negado a ver: el modo como discurrió y terminó la guerra civil disolvió las viejas ilusiones y utopías de casi todos los votantes o seguidores del Frente Popular. Lo comprobaría el PCE cuando quiso activar una guerra de guerrillas, el maquis. Fuera de la acción comunista solo cabe reseñar esporádicos golpes anarquistas.
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La nueva oposición se componía de grupúsculos variopintos, desde pacifistas a terroristas, desde cristianos radicalizados y juanistas a maoístas, facciones carlistas y falangistas, que, en su mayoría, no tenían empacho en asociarse entre ellos contra el enemigo común. ¿Eran demócratas, o había demócratas entre ellos? El mero hecho de aceptar a los comunistas como eje de asociaciones como la Asamblea de Cataluña y similares, su simpatía por el terrorismo etarra, su reacción ante las denuncias de Solzhenitsyn y otros muchos episodios reveladores dejan bastante claro su carácter. Lo mismo puede decirse del PSOE, que resurgía bajo mil protecciones con una retórica de lucha de clases, socialismo y similares. Aquellas amalgamas rupturistas de la Junta y la Plataforma democráticas de la transición solo hubieran producido un nuevo caos como el del Frente Popular.
Creo que la reflexión sobre el pasado próximo permite ver sin dificultad cómo la democracia no vino ni pudo venir de tales antifranquistas. Vino, con toda evidencia, del franquismo. De aquellos, en cambio, han venido casi todos los peligros mayores para la democracia: corrupción masiva, "entierro de Montesquieu", terrorismo y colaboración con el terrorismo, demagogia económica, etc. Mientras la experiencia histórica no se clarifique, el país seguirá siendo presa fácil de estafadores políticos, uno de cuyos signos de identidad es precisamente su antifranquismo, generalmente retrospectivo.
Pío Moa
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