domingo, 29 de agosto de 2010

Domingo de historia. La batalla de Nordlingen.

Después de dos victorias fulgurantes de las tropas suecas de Gustavo Adolfo sobre las tropas del Imperio (Breintenfeld y Lützen), éste, agotado, recurre a España para salvar la causa católica. Se iban a enfrentar por primera y última vez los dos modelos rivales, el sueco y el español, practicados por sus creadores.

Felipe IV, aconsejado sabiamente por el Gran conde-duque de Olivares, envía a su propio hermano Fernando, el cardenal-infante. Es un soldado sin estrenar que desde España, vía Italia y camino de su gobierno en Flandes, llega con quince mil infantes y tres mil quinientos caballos. Entre ellos, un puñado de españoles, encuadrados en los tercios de Idiáquez, veterano, y Fuenclara, formado por compañías de las destinadas en Nápoles y Lombardía.

El primero tiene veintiséis banderas y mil ochocientas plazas. El segundo, diecisiete y mil cuatrocientas cincuenta. Son tres mil doscientos cincuenta hombres, que bastarán para acabar con la leyenda de la invencibilidad de los suecos.

La batalla gira en torno al cerco de Nördlingen por los católicos, mandados por el archiduque y el rey de Hungria Fernando de Austria. En su socorro marchan los protestantes dirigidos por el duque de Sajonia-Weimar y por el general Horn, un veterano cubierto de gloria junto a Gustavo Adolfo.

El 5 de septiembre de 1634 los católicos, mandados ya por los dos infantes, ocupan un cercano bosque con doscientos mosqueteros del tercio del conde de Fuenclara, a las órdenes de su sargento mayor Francisco de Escobar, con instrucciones de defenderlo a toda costa. Sucesivamente, se situarán en la colina otras cuatro unidades, tres alemanas y una italiana, como reserva.

El primer enfrentamiento es de ambas caballerías. Llegará a seis mil jinetes, y se salda con una victoria de los protestates.

El día 6, los dos ejércitos despliegan. Por el lado protestante,Weimar se hace cargo de la izquierda y Horn de la derecha. Frente al primero se colocan los del archiduque, las mejores tropas protestantes.

Dispuestas ya las fuerzas, el infante empieza a albergar dudas sobre la solidez de los tudescos(alemanes), que son soldados nuevos y envía al tercio español de Idiáquez para que releve a los de Würmser. El coronel de éstos se niega a replegarse, argumentando que "iba para treinta años que su persona servía al rey de España y la honra por tales servicios ganada no es cosa que con dejarse sacar de allí la perdiera". Al final, se consentirá que su unidad permanezca en su puesto y los españoles pasan a segunda linea, de reserva.

Por una confusión, los suecos dan el primer asalto de caballería cuando el plan de Horn era que los infantes rompiesen el frente y que los jinetes explotasen la brecha. Los napolitanos rechazan a éstos, con los que el avance sueco por ese lado queda detenido. Los tudescos en cambio, son desalojados al primer embite, pero sus oficiales a cantazos les hacen volver a las posiciones que han abandonado. Los suecos entonces atacan por segunda vez, rompiendo definitivamente a los tudescos, que se dan a la fuga, no sin que antes tanto Salm como Würmser hayan caído.

Con la batalla próxima a estar perdida, el cardenal-infante manda a los españoles que avancen para colmar el dramático hueco que se ha abierto en la línea. Impasible, el tercio entra en fuego. Lo forman "mucha gente particular, sargentos mayores, capitanes y alféreces reformados, y bastante nobleza y caballeros de hábito".

Es en cierto modo, una destilación de décadas de la "temible infantería española" y de sus grandes tercios viejos. Un coronel sueco describe así a estos hombres: "entonces avanzaron con paso tranquilo, cerrados en masas compactas... eran casi exclusivamente veteranos bien probados: sin duda alguna, el infante más fuerte, el más firme con que he luchado nunca".

El maestre de campo Idiáquez destaca en vanguardia una manga de arcabuceros al mando de tres capitanes. Casi inmediatamente, un cañonazo arranca el brazo izquierdo de uno de ellos. Otro impacto, vuela la reserva de pólvora del tercio. Pero entre explosiones y pica en ristre sus hombres recuperan el terreno perdido.

La excelente infantería sueca contraataca y es rechazada. En las siguientes seis horas repite los intentos hasta quince veces, simepre con igual suerte. Lo más florido de sus legendarios regimientos, acostumbrados a vencer siempre, se desangran en vano.

Paulatinamente, Horn acabará empeñando todas sus tropas, y otras que Weimar le envía, pero no rompe al tercio español. Sus ataques frontales han sido otros tantos fracasos y sus flancos empiezan a ser amenazados. Los del tercio de Idiáquez aguantan todas las embestidas, "mostrando con experiencia este valeroso tercio, tan probado en Flandes, el coraje invencible de España".

Por fin, los suecos, agotados, dan muestras de vacilar, es entonces cuando los tercios viejos españoles asestan el golpe final, el cardenal-infante juega su última carta, cuatrocientos arcabuceros y mosqueteros del tercio del conde de Fuenclara. Simultáneamente, Idiáquez pasa a la ofensiva. Por fin, los protestantes ceden y se produce el "alcance". Horn y Gratz, dos de los tres principales jefes, caen prisioneros. El tercero, Weimar, se salva huyendo a caballo. Un total de catorce coroneles y seis mil soldados son capturados; otros tantos hombres quedan tendidos en el campo.

Sin lugar a dudas, Nördlingen fue una derrota total, que significo "el final para Suecia", que quedó descartada como potencia europea.

Ambos bandos derrocharon valor, pero el resultado final se saldó con una derrota sin paliativos de los suecos. Su trayectoria fue tan brillante como fulgurante. Duró los tres años y once días que transcurrieron desde Breuntenfled a Nördlingen.

Para terminar con la batalla, los tercios viejos españoles tuvieron en ella un comportamiento irreprochable. Con razón, se ha atribuido la victoria a la "soberbia disciplina española".

El tercio de Idiáquez, fue una roca ante la cual se estrelló lo que muchos estimaban, sin duda equivocadamente como demostraron los hechos, la mejor infantería de Europa.

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