Este libro recoge los testimonios, fotografías, cartas y recuerdos de un centenar de hombres y mujeres. De diferente procedencia geográfica, condición social y circunstancias personales, el único punto en común de todos es el haber vivido la guerra de España de 1936 desde unidades de combate u organizaciones carlistas.
Salieron de todos los pueblos de Navarra: de Artajona, de Olite, de Sangüesa, de Leiza, de Tafalla, de Ujué. Y, por supuesto, de Pamplona. En esta última se juntaron, la mañana del 19 de julio de 1936, decenas de miles de ellos, muchos más de los esperados por los sublevados: a mediodía eran ya 30.000.
Hablamos de los requetés, los voluntarios carlistas que se alzaron contra el Frente Popular.
Los carlistas de 1936 tenían en común dos cosas: eran, generalmente, de origen rural y de condición humilde y no solían ser carlistas ortodoxos: no tenían una idea política elaborada: la mayoría, simplemente, creía en Dios y en un orden tradicional, que era el de sus padres y el de sus abuelos, y ardían de indignación ante las quemas de iglesias y conventos registradas durante la República. Se unieron al Requeté no por afinidad dinástica o tradicionalista, sino por pura e instintiva reacción a la bolchevización nacional. Por Dios y por la Patria, y sólo en tercer lugar por el Rey, al que no perdonaban su espantá de 1931.
Fueron, probablemente, la mejor milicia popular de la historia. Desde luego, fueron mucho mejores que las Brigadas Internacionales, o que las unidades italianas que combatieron a su lado; y, desde luego, más populares: y es que eran el exponente de un pueblo –el de Navarra; pero también hubo unidades andaluzas, vascas, catalanas, castellanas.
Tampoco eran franquistas: reconocían en Franco a un buen mando militar, pero tenían más confianza con Mola, que les permitió desde el principio emplear la bandera nacional frente a la republicana y cuya muerte hizo a la mayoría sospechar; desde luego, se sintieron traicionados por Franco cuando, tras el Decreto de Unificación, vieron cerradas sus sedes y mermada su personalidad. Menos aún eran fascistas: partidarios de la tradición, despreciaban la revolución, tanto de derechas como de izquierdas, y aunque reconocían el valor que mostraban los falangistas en el campo de batalla, la relación entre unos y otros en la retaguardia dejó mucho que desear.
Estaban convencidos de que ni los regulares, ni las milicias de Falange ni las tropas moras les superaron en valor, sacrificio y arrojo. Oían misa antes del combate, y, "bien comulgadicos y confesadicos", cargaban al grito de "¡Viva Cristo Rey!".
Los requetés ganaron la guerra, pero perdieron parte de la paz. La muerte de Mola les dejó sin líder; la unificación de 1937 les hizo perder su peculiar personalidad; finalmente, la vuelta al orden luego de la consolidación del franquismo supuso también su declive, porque, de hecho, su auge extraordinario de 1936 tenía un componente sustancial de reacción instintiva y profunda contra una revolución de signo socialista. La segunda mitad del siglo XX fue la de su agonía política y social... y la de las sorpresas morrocotudas: el nacionalismo vasco, contra el que el Requeté se levantó y luchó, quiso aprovecharse de su memoria y parasitó parte del movimiento. La puntilla se la ha dado, ya en el siglo XXI, una Ley de Memoria Histórica que condena al carlismo.
Lo mejor de este libro es que contiene memoria pura, sin manipular ni adulterar. Hablan los protagonistas, que además no esperan reconocimiento ni agradecimiento por lo que hicieron. Eso sí, para la historiografía profesional quedan los textos de Stanley G. Payne y Hugh Thomas, de primera el primero y sin fuelle y algo forzado el segundo...
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REQUETÉS
Editorial La Esfera
Pablo Larraz Andía
Víctor Sierra-Sesúmaga
Precio: 34,90€
Páginas: 956
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