jueves, 3 de noviembre de 2011

La batalla de Krasni Bor

La batalla de Krasni Bor

Por Pío Moa


En un reciente congreso sobre la División Azul, me abordó un señor que en 1958 había recorrido varios países en auto-stop, algo por entonces raro. En Alemania, cuando veían la bandera española, le paraban enseguida, a veces no le dejaban pagar en los albergues juveniles y hasta le invitaban a estar allí más días. ¿La razón? La División Azul. "Blaue Division, gute Kameraden".
He conocido otros casos similares, incluso posteriores a la llegada en masa de trabajadores españoles al país. Parece que la DA dejó allí buen recuerdo, lo que parece bastante lógico, por lo que veremos; lo curioso es que también dejara a la población civil rusa una impresión entre buena y pasable, salvo por abusos muy puntuales y aislados (mencioné alguno en el blog hace algo más de un mes). En el congreso lo explicó un ruso, Pável Tendera, que había recogido testimonios de personas que eran jóvenes o niños cuando la guerra; y recuerdo, de un viaje reciente, a varias ancianas campesinas que al saber que éramos españoles nos hablaban animadamente de sus recuerdos. Debemos insistir en que no hubo crímenes de guerra por parte de la DA, algo infrecuente en aquella contienda feroz. Las acusaciones, ciertamente ruines, como las de Martínez Reverte, quedan una y otra vez desmentidas por los mejores estudiosos de aquella historia. Volveré sobre ello en otra ocasión.
Una razón por la que los alemanes podían estar contentos es que los soviéticos nunca lograron perforar los sectores defendidos por la División Azul, primero en el río Vóljof y después ante Leningrado. La ruptura de aquellos sectores habría podido causar un desastre similar al de Stalingrado, y por ello el mando soviético insistió tenazmente en la ruptura, para envolver y aplastar al 18º Ejército alemán, en que se inscribía la DA, e incluso al Grupo de Ejércitos Norte. Las tropas germanas cubrían un largo frente desde más al sur de Nóvgorod, ciudad simbólica como cuna de Rusia, hasta la misma Leningrado, simbólica como cuna de la revolución. Ese frente formaba un ángulo recto, con un tramo de oeste a este delante de Leningrado y hasta el lago Ladoga, y de ahí en dirección norte-sur hasta Nóvgorod y más abajo del lago Ilmen. Una penetración en profundidad desde el tramo norte-sur, correspondiente en gran parte al río Vóljof, podría embolsar al grueso del Grupo Norte. Ya mencioné en otro artículo cómo la maniobra fracasó gracias en muy buena medida a la DA. Los rusos solo consiguieron penetrar por sectores vecinos a los españoles, es decir, en la parte alemana.
Una situación semejante se planteó cuando la DA fue trasladada ante Leningrado. Los soviéticos intentaron reiteradas rupturas envolventes y en una, en diciembre de 1942, lograron perforar un sector alemán al sur del lago Ladoga, que debió taponar un batallón español, a costa de una auténtica sangría. Dos nuevos intentos seguidos fueron realizados en enero y febrero; el más ambicioso de ellos, diseñado por el mariscal Zhúkof y denominado Operación Estrella Polar, combinaría una maniobra envolvente que empujaría por el sector español de Krasni Bor, al este de Leningrado, para embolsar al 18º Ejército, y otra desde el Vóljof que debía dirigirse hacia la urbe revolucionaria y más al sur y al oeste, hacia Estonia, lo que provocaría el desmoronamiento del grupo de ejércitos (y, por supuesto, volatizaría a la propia DA).
Los españoles se hallaban situados, pues, en una de las direcciones clave de la operación, y allí aplicaron los soviéticos una fuerza realmente espantosa: el 10 de febrero de 1943, sobre un sector de unos cinco kilómetros, concentraron durante dos horas el fuego de un millar de cañones, y a continuación los aviones completaron la faena. Quedaron destruidas las defensas, los búnkeres, las trincheras y las casas, cortados los cables telefónicos y alterado el terreno. En el viaje mencionado pude ver el lugar, repleto de pequeñas hondonadas, donde no crecían los árboles. El ataque de la infantería soviética no debía de contar con casi ningún español vivo, y casi fue así. Las unidades de la DA habían tenido allí entre un 50 y un 80% de bajas. Pero los pocos grupos de supervivientes, aun sin apenas coordinación, lucharon con tal empeño que retrasaron el avance ruso. Por otra parte, las explosiones habían fundido la nieve y el hielo, transformando la zona en un barrizal lleno de hoyas, por donde los tanques y los infantes se movían con dificultad, para ventaja de los resistentes.
De este modo, los soviéticos no pudieron alcanzar sus objetivos –tomar el nudo ferroviario de Sáblino y desde allí copar al 18º Ejército–, y al final de la jornada, una vez los alemanes se cercioraron de la dirección principal del ataque, apoyaron a la DA mediante una barrera de artillería combinada con la artillería española y frenaron el intento de penetración, que solo consiguió avanzar unos tres kilómetros sin romper el frente. En el estrecho y decisivo sector de Krasni Bor lucharon 5.000-6.000 divisionarios frente a un número seis veces superior de soviéticos, aunque esta diferencia apenas cuenta, porque la decisiva consistió en los tanques y aviones, que los españoles no tenían, y en la artillería rusa, aplastantemente superior durante mucho tiempo. En dieciocho horas de combate ininterrumpido, la DA tuvo 1.000 muertos, 1.500 heridos y más de 200 prisioneros. Las bajas enemigas se calculan en unas 11.000.
También en el Vóljof fracasó la ofensiva, y la Operación Estrella Polar se vino abajo, de modo que la historiografía soviética ha preferido pasarla un tanto por alto.

Pío Moa

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