Hoy, como es habitual los domingos os traemos algo de historia, esta vez en forma de libro. Les mostramos un fragmento de un interesante libro "Franco y Hitler" (La Esfera de los Libros) del magnífico hispanista estadounidense Stanley G. Payne.
Mucho se ha hablado de la contribución del General Franco a la II Guerra Mundial, el papel de Hitler en la Guerra Civil española, etc.
A continuación verán los pensamientos que tenia el führer hacia España, los españoles
Stanley G. Payne tumba el mito de que el dictador español no estuvo al lado del 'Fürher' durante la Segunda Guerra Mundial y demuestra que sí mantuvieron contactos durante la contienda, pese a la creencia de que España se mantuvo neutral.
El autor del libro comenta: "Franco era más listo y aunque nunca ganó sus objetivos, con la decisión de no ceder evitó cometer el peor error: entrar en la guerra. Su astucia le salvó"
Disfrútenlo.
EL “FÜHRER” Y EL ISLAM.
En cambio, se formó una impresión totalmente entusiasta de la actuación militar de Muñoz Grandes y los soldados de la División Azul. Dijo que, aunque las tropas españolas parecían ser “tremendamente indisciplinadas” y “una pandilla de golfillos”, “nunca cedieron ni un palmo de terreno” al ser atacadas: “No cabe imaginarse tipos más intrépidos. Pocas veces se ponen a cubierto. Desprecian la muerte. En cualquier caso, sé que nuestros hombres están siempre contentos de tener cerca a los españoles en su sector”.
Calificó a los españoles como “los únicos latinos dispuestos a luchar”, en oposición a italianos y franceses. Sin embargo, a base de su poca lectura de la Historia de España y de sus prejuicios raciales, las impresiones de Hitler eran generalmente negativas. Para él, éstas estaban repugnantemente identificadas con el catolicismo, y Hitler aborrecía el catolicismo español aún más que el cristianismo en general. Valoraba a España desde sus habituales fantasías raciales, pontificando que “en el pueblo español hay una mezcolanza de sangre gótica, franca y mora”.
En su ignorancia, albergaba también la idea de que Isabel la Católica era “la mayor ramera de la historia”, aparentemente confundiéndola con Isabel II.
En su opinión, la hegemonía islámica produjo “la época más intelectual y la mejor y más feliz en todos los sentidos de la historia española”. Parecía desconocer tanto la Reconquista como el Siglo de Oro. En general, Hitler tenía en alta consideración el Islam y en una ocasión proclamó que era la mejor de las religiones, por su sencillez teológica y su insistencia en la guerra santa. Sin embargo, en España, después de los musulmanes llegó el azote de la cristiandad. Hitler lamentaba que el Islam no se hubiera extendido por toda Europa Occidental.
De haber sustituído al cristianismo en Alemania, creía que la innata superioridad racial de los alemanes, combinada con el Islam, les habría llevado a conquistar gran parte del mundo durante la Edad Media.
Aunque ayudó a Franco en la Guerra Civil por razones estratégicas, Hitler veía en el izquierdismo revolucionario de España una respuesta justificada “a una interminable serie de atrocidades. Es imposible concebir cuánta crueldad, ignominia y falsedad ha significado el cristianismo para este mundo nuestro”.
Luego le disgustó sobremanera que Franco no le devolviese el favor y no entrase directamente en la guerra. E insistió en que el franquismo nunca podría sobrevivir a la posible derrota del Tercer Reich. Aunque el régimen de Franco, en realidad, colaboró mucho más con la Alemania de Hitler que cualquier otro gobierno europeo de los que no entraron en la guerra, tanto en la dimensión de la diplomacia, como en relaciones comerciales y económicas, intercambio cultural, organización de la propaganda y hasta en aspectos técnicos militares. Entre ellos, el envío de una división especial de tropas españolas, la famosa División Azul, para combatir con la Wehrmacht en el frente ruso.
De hecho, este nexo entre el régimen de Franco y la Alemania nazi mancilló al régimen español con lo que se ha llamado con frecuencia “el estigma del Eje”. Que abocó a la situación de semi aislamiento del Gobierno de Franco después de la guerra y hasta el comienzo de la Guerra Fría.
Hitler llegó a lamentar que la amenaza comunista le hubiera obligado a intervenir en España. Porque, de no haber sido así, “los clérigos habrían sido exterminados” y habría sido lo mejor para el país. Aunque admitía que, en general, las actividades religiosas en España no eran diferentes a las de otros lugares, en una ocasión se confesó estupefacto por el oscurantismo religioso de Franco y manifestó el asombro que le producía enterarse de que la mujer de Franco acudía diariamente a misa, añadiendo de un modo gratuito que “las mujeres españolas” (personalmente, no conocía a ninguna), “son extraordinariamente estúpidas” al margen de su nivel educativo.
En 1943, Hitler estaba convencido de que el Estado español se precipitaba “hacia un nuevo desastre”. “Hay que tener cuidado de no poner el régimen de Franco al mismo nivel que el nacionalsindicalism o o el fascismo”, puesto que éstos, argumentaba, eran “revolucionarios” y aquél repelentemente clerical y reaccionario. En cambio, de los aproximadamente 50.000 obreros españoles que trabajaban en la industria de guerra alemana, la gran mayoría eran ex republicanos alistados desde Francia para mejorar sus condiciones económicas. Principalmente ex sindicalistas de la anarquista CNT. Trabajaban bien en las fábricas y de ellos Hitler recibía informes muy positivos, llevándole a la conclusión de que estos “rojos” españoles “no son rojos según nosotros lo entendemos”. Valían mucho, creía, y quería “tenerlos como reserva en el caso de que estalle una segunda guerra civil. “Junto a los supervivientes de la antigua Falange, constituirán la fuerza más fiable a nuestra disposición”, fantaseaba.
De todas formas, Hitler valoraba el hecho de que la controlada prensa de España, por lo menos hasta 1943, concediera al Reich un trato más favorable que ningún otro Estado no beligerante, de manera que, en cierto momento, soltó que “en todos los sentidos, ¡la prensa española es la mejor del mundo!”. Además, a pesar de su repugnante religión, los españoles eran notables por cierta elegancia y estilo. “España es un país hacia el que es imposible no albergar sentimientos de afecto. Los españoles están llenos de grandeza y, en la guerra, de valor…. No creo haber encontrado a nadie que no admire profundamente a los españoles”. Por este motivo consideraba que un acercamiento entre España y los Estados Unidos era una imposibilidad. Los valores materialistas de Norteamérica y los ideales heroicos de los españoles les separaban profundamente.
Lo peor de España para el dictador alemán, al margen del catolicismo, fueron sus líderes. Hitler parecía desconocer que Serrano Suñer había sido el mejor amigo de Alemania en el régimen de Madrid y le consideraba en gran parte responsable por el hecho de que España no hubiera entrado en la guerra. Hitler tachaba a Serrano de “jesuítico” y declaró que desde su primera reunión con él, fue “consciente de una sensación de repugnancia” .
Llegó a tildar a Franco de “charlatán latino” y fantaseó que, una vez que hubiera ganado la guerra en Europa, intervendría en España la segunda vez para derrocar su régimen, reemplazándolo por un sistema verdaderamente “revolucionario” dirigido por falangistas y cenetistas. Esto eliminaría para siempre a la “mugre clerical-monárquica” que dominaba en Madrid.
"Franco y Hitler" (La Esfera de los Libros)
Stanley G.Payne.
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